CUENTOS CORTOS
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Viví solo, sin alguien con quien poder hablar verdaderamente, hasta hace seis años cuando tuve una avería en el Sahara. Algo se había estropeado en el motor de mi avión. Era para mí una cuestión de vida o muerte pues apenas tenía agua pura como para ocho días. La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una vocecita que decía:
Realicé nuevamente otro dibujo y también fue rechazado como los anteriores.
–Es demasiado vieja. Quiero una oveja que viva mucho tiempo.
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Ya impaciente y deseoso de comenzar a desmontar el motor, tracé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y dije:
–Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro.
Me sorprendí al ver iluminado el rostro de mi joven juez:
–¡Oh, es exactamente como yo lo quería! ¿Crees que se necesite mucha hierba para este cordero?
–¿Por qué?
–Porque en mi tierra todo es muy pequeño…
–Será suficiente. La oveja que te he dado también es pequeña.
Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:
–¡Bueno, no tanto…! ¡Ah, se ha quedado dormido!
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Y así fue
como conocí
al Principito.
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–Entonces ¿tú también vienes del cielo? ¿De cuál planeta?
Esa pequeña luz iluminó un poco el misterio y le pregunté:
–¿Tú… vienes de otro planeta?
No me respondió; solo movía lentamente la cabeza examinando detenidamente mi avión.
–Entonces no creo que puedas venir de muy lejos…
Y se hundió en un ensueño durante largo tiempo. Había sacado de su bolsillo a mi oveja y se abismó en la contemplación de su tesoro.
Imagínense cómo me intrigó eso de: otro planeta.
De esta manera supe otra cosa importante: su planeta era apenas más grande que una casa. Tengo suficientes razones para creer que el planeta del principito era el Asteroide B-612.
Claro que nosotrxs, como sabemos comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A mí me habría gustado empezar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Me habría gustado decir:
"Érase una vez un Principito que vivía en un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo…"
Necesité tiempo para comprender de dónde venía. El Principito, que siempre insistía con sus preguntas, no parecía oír las mías.
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Cada día, lentamente y al azar de las reflexiones, aprendía algo nuevo sobre el planeta, sobre la partida y sobre el viaje del principito. Fue así como, al tercer día, conocí el drama de los baobabs.
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–Me gustan mucho las puestas de sol. ¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!
Y, un poco más tarde, añadió:
–¿Sabes? Cuando uno está demasiado triste es bueno ver las puestas de sol.
–Ese día estabas muy triste ¿verdad? Pero el Principito no respondió.
No pudo decir más.
Estalló en sollozos
En el planeta del Principito había flores comunes, pero aquella flor era distinta, había surgido de una semilla llegada quién sabe de dónde, y el Principito había vigilado cuidadosamente aquella ramita tan diferente de las que él conocía.
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–En verdad los tigres no me atemorizan, pero tengo horror a las corrientes de aire. ¿No tienes un biombo?
“¿Horror a las corrientes de aire? Si son buenas para las plantas – pensó el Principito–. Esta flor es muy complicada…"
Así, a pesar de la buena voluntad de su amor, el Principito llegó a dudar de ella.
"No debí haber hecho caso a sus palabras. No hay que hacer caso a lo que dicen, basta con mirarlas y aspirar su aroma. No supe comprender nada entonces. Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡Ella perfumaba e iluminaba mi vida! ¡No debí haber huido! ¡No supe reconocer la ternura detrás sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Y… yo era demasiado joven para saber amarla".
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Y cuando regó por última vez la flor y se dispuso a ponerla al abrigo de la campana, sintió ganas de llorar.
–Adiós –le dijo a la flor. Pero ella no respondió.
–Adiós –repitió el Principito.
La flor tosió aunque no estaba resfriada y al fin dijo:
–He sido una tonta, perdóname. Sí, yo te quiero –le dijo la flor–. Si no te has dado cuenta la culpa ha sido mía, pero eso ahora no tiene importancia. Y tú has sido tan tonto como yo. Procura ser feliz… Y no prolongues más tu despedida. Has decidido irte, hazlo de una vez.
La flor, que era orgullosa, no quería que él la viese llorar.
Creo que el Principito aprovechó la migración de unos pájaros silvestres para evadirse y comenzar su viaje.
La mañana de la partida arregló muy bien su planeta. Se encontraba en la región de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. Comenzó a visitarlos para instruirse y ocuparse en algo al mismo tiempo.
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El primero estaba habitado por un rey, estaba sentado sobre un trono sencillo y, sin embargo, majestuoso.
–¡Ah!, –exclamó el rey al ver al Principito– ¡Aquí tenemos un súbdito!
Y el principito se preguntó:
—¿Cómo es que puede reconocerme si nunca me ha visto?
–Acércate para que te vea mejor –le dijo el rey, orgulloso de ser por fin, el rey de alguien.
El Principito buscó donde sentarse, pero el planeta estaba casi cubierto por el magnífico manto.
–Ya no tengo nada más que hacer aquí. Me marcho.
–No te marches –respondió el rey quien estaba muy orgulloso de tener un súbdito–
"Las personas mayores son muy extrañas", se decía a sí mismo el Principito durante el viaje.
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El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:
–¡Ah! ¡Ah! ¡He aquí la visita de un admirador! –exclamó el vanidoso.
–¡Buenos días! –Dijo el Principito–.
–Golpea tus manos una contra otra –le aconsejó el vanidoso.
El principito aplaudió y el vanidoso saludó levantando su sombrero. Después de cinco minutos se cansó de la monotonía del juego.
Y el Principito partió.
"Decididamente, las personas mayores son muy extrañas", pensaba el principito durante su viaje.
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El siguiente planeta estaba habitado por un bebedor. Esta visita, aunque muy corta, sumió al principito en una gran melancolía.
–¿Qué haces ahí? –preguntó al bebedor que estaba sentado en silencio frente a un gran número de botellas vacías y otras tantas llenas.
–¡Bebo! –respondió el bebedor con aire sombrío.
–¿Por qué bebes? –volvió a preguntar el Principito.
–Para olvidar.
–¿Para olvidar qué? –investigó el Principito sintiendo compasión.
–Para olvidar que siento vergüenza –confesó el bebedor agachando la cabeza.
–¿Vergüenza de qué? –volvió a preguntar el principito deseoso de ayudarle.
–¡Vergüenza de beber! –concluyó el bebedor, que se encerró definitivamente en el silencio.
Y el Principito, turbado, se alejó diciendo: "No hay la menor duda: las personas mayores son muy, muy, extrañas
En el cuarto planeta había un hombre de negocios; estaba tan ocupado que ni siquiera levantó la cabeza al ver llegar al principito.
–¡Buenos días! –Dijo el Principito–.
El hombre de negocios levantó la cabeza:
–En cincuenta y cuatro años sólo tres veces he sido interrumpido. La primera fue hace veintidós cuando un abejorro hacía tan insoportable ruido que me hizo equivocarme en una suma. La segunda, fue hace once años, por una crisis de reumatismo. Yo no hago ningún ejercicio, pues no tengo tiempo. ¡Soy un hombre serio! Y la tercera vez... ¡La tercera vez es ésta!
–¿Millones de qué?
–¡De estrellas!
–¿Y qué haces tú con quinientos millones de estrellas?
–Me sirve para ser rico.
El Principito aprovechó y se fue. "Decididamente, las personas mayores, son extrañísimas", se dijo con sencillez el principito y continuó su viaje.
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El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos. Sólo había lugar para un farol y el farolero.
–¡Buenos días! ¿Por qué acabas de apagar tu farol?
–Es la consigna –respondió el farolero–. ¡Buenos días!
–¿Qué es la consigna?
–Apagar el farol. ¡Buenas noches! Y volvió a encenderlo.
–Entonces ¿por qué acabas de encenderlo?
–Es la consigna –respondió el farolero.
–No entiendo –dijo el Principito.
–No hay nada que entender –dijo el farolero–. La consigna es la consigna. ¡Buenos días!
Y apagó su farol.
"Es el único del que hubiera podido hacerme amigo. Pero su planeta es tan pequeño que no hay lugar para dos..."
Lo que el Principito no quería confesar era que añoraría las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol que podría haber visto en veinticuatro horas.
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El sexto planeta era diez veces más grande. Estaba habitado por un anciano que escribía en enormes libros.
–¿Qué me aconseja usted que visite ahora?
–El planeta Tierra tiene muy buena reputación –contestó el geógrafo.
Y el Principito partió pensando en su flor.
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El séptimo planeta fue, por supuesto, ¡la Tierra!
El Principito cuando llegó a la Tierra, quedó sorprendido de no ver a nadie. Creyó haberse equivocado de planeta, cuando un anillo de color negro se movió en la arena.
–¡Buenas noches! –dijo el Principito.
–¡Buenas noches! –dijo la serpiente.
–¿Sobre qué planeta he caído? –preguntó el Principito.
–Esto es el desierto. En los desiertos no hay nadie.
El principito la miró largo rato y le dijo:
–Eres un animal algo raro… delgado como un dedo…
–Pero soy más poderoso que el dedo de un rey –le interrumpió la serpiente. Puedo llevarte más lejos que un navío –dijo la serpiente y se enroscó alrededor del Principito como un brazalete…
–Al que yo toco, le hago regresar a la tierra de donde salió. Pero tú eres puro y vienes de una estrella...
El Principito no respondió.
–…Me das lástima, tan débil sobre esta tierra de granito… Si algún día llegas a extrañar tu planeta, yo puedo ayudarte. Puedo…
–¡Oh! Te he comprendido muy bien –dijo el Principito–. Pero ¿por qué hablas siempre con enigmas?
–Yo los resuelvo todos –dijo la serpiente.
Y ambos guardaron silencio.
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Por fin llegó el momento en que el Principito, después de caminar mucho entre arena, rocas y nieve, encontró un camino.
–¡Buenos días! –dijo.
–¡Buenos días! –dijeran las rosas.
"Me creía rico con una flor única y resulta que sólo tengo una rosa común. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe..."
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Entonces apareció el zorro:
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–¡Buenos días! –dijo el zorro.
–¡Buenos días! –respondió cortésmente el Principito y se volvió para ver quién hablaba.
–Estoy aquí, bajo el manzano –dijo la voz.
–¿Quién eres tú? –Preguntó el Principito–. ¡Qué bonito eres!
–Soy un zorro.
–Ven a jugar conmigo, –le propuso el principito– ¡Estoy tan triste!
–No puedo jugar contigo –dijo el zorro–, no estoy domesticado.
–¿Qué significa "domesticar"? –
Tú no eres de aquí –dijo el zorro– ¿qué buscas?
–No, yo sólo busco amigos. Pero, dime ¿qué significa domesticar?
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–Es una cosa ya olvidada –dijo el zorro–, significa "crear vínculos... "
–¿Crear vínculos?
–¡Sí!, verás –dijo el zorro–. Tú eres para mí, sólo un muchachito igual a otros y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro como otro zorro cualquiera. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, como también yo lo seré para ti…
–Empiezo a entender –dijo el Principito–. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado…
–Sólo se conoce bien lo que se domestica –dijo el zorro–. ¡Si quieres tener un amigo, entonces debes domesticarme!
–¿Qué debo hacer? –preguntó el Principito.
–Debes ser muy paciente –respondió el zorro–. –Es mejor que vengas siempre a la misma hora.
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Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, yo desde las tres comenzaría a ser dichoso.
De esta manera el Principito fue domesticando al zorro.
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Cuando llegó el día de la partida, el zorro dijo:
–Ve a ver las rosas una vez más; comprenderás que la tuya sí es única en el mundo. Regresarás para decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El Principito se fue a ver nuevamente a las rosas. Les dijo:
–En efecto, no se parecen a mi rosa. Ustedes todavía no son nada. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, un zorro común y corriente que en nada se diferenciaba de los otros cien mil zorros. Sin embargo, ahora, él es único en el mundo. Son realmente muy bellas pero están vacías.
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Y volvió con el zorro…
–Adiós –dijo el Principito con tristeza.
–Adiós –dijo el Zorro–. He aquí mi secreto:
“Sólo con el corazón se puede ver bien;
lo esencial es invisible a los ojos.
–Lo que hace importante a tu rosa, es el tiempo que le has dedicado.
–Soy responsable de mi rosa...
–repitió el Principito para recordarlo
Era el octavo día de mi avería en el desierto y había escuchado su historia.
–En tu tierra –dijo el Principito– los hombres cultivan cinco mil rosas en un solo jardín… y nunca encuentran lo que buscan.
–No lo encuentran –le respondí.
–¿Sabes? –me dijo–. Mañana será el aniversario de mi llegada a la Tierra...
Y después de un silencio, añadió:
–Caí muy cerca de aquí... Y se sonrojó.
Nuevamente, sin comprender por qué, sentí una gran tristeza.
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Junto al pozo había un viejo y ruinoso muro de piedras. Cuando al día siguiente volví por la tarde, desde lejos vi al Principito sentado ahí arriba. Oí que hablaba.
Entonces bajé la mirada al pie del muro e instintivamente di un brinco. Una serpiente, de esas que matan a una persona en pocos segundos, se erguía en dirección al Principito.
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Junto al pozo había un viejo y ruinoso muro de piedras. Cuando al día siguiente volví por la tarde, desde lejos vi al Principito sentado ahí arriba. Oí que hablaba.
Entonces bajé la mirada al pie del muro e instintivamente di un brinco. Una serpiente, de esas que matan a una persona en pocos segundos, se erguía en dirección al Principito.
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Sin embargo, aquella noche salió muy sigiloso y sin hacer ruido. Quedó inmóvil un instante, sin exhalar un grito. Luego, suave y silenciosamente cayó en la arena, como cuando cae un árbol.
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Principito: Theo @ Queta Rojas
Aviador: Fabricio @ Queta Rojas
Flor: Valentina @ New Icon
Zorro: Patricio @ Queta Rojas
Rey: Huitzili @ Queta Rojas
Vanidoso: Daniel @ New Icon
Serpiente: Sebastían @ New Icon
Hombre de negocios: Eduardo Córdoba
Borracho: Mauricio Camps
Farolero: Armando Grant
Director de Arte, Producción y Estilismo: Elié Rodríguez
Dirección de Fotografía, Producción y Retoque: Noé Martínez
Diseño Editorial e Ilustraciones: Carlos Flores
Film: Arturo Gómez
Fotografía: Miguel Moreno
Estilismo: Emanuel Catrina
Diseño de maquillaje y peinado: Davo Sthebane
Maquillaje: Marco Casasola
Peinado: Elizabeth Casasola
Asistente de estilismo: Eder Domz
Asistente de producción y estilismo: Rocio Lobo
Asistente de producción: Daniel Ornelas