El peso de ser alguien
Elié Rodríguez
Por “casualidad” hace días encontré un screenshot guardado en mi celular, perdido en las miles de imágenes que tengo en la galería. Un post de instagram de ‘El País’; era la Carta a la Directora que escribía la lectora Irene Partida Gallego titulada “Las exigencias que cargamos”, con fecha del 13 de marzo del 2024. Estoy seguro que mi yo del pasado pensó que en algún momento me serviría como recordatorio. Se lee textualmente así:
"Un mundo tan competitivo y exigente genera en las personas una pesada carga de autoexigencia y presión con la que debemos lidiar día tras día. Esperan que triunfemos y obtengamos éxito, pero nadie nos avisa de la dificultad de esto y la probabilidad de fracaso. Es nuestra labor enseñar la importancia de celebrar los pequeños logros y disfrutar y aprender del proceso, aunque no se llegue al triunfo deseado. Solo con esto, ayudaremos a mantener un equilibrio emocional y a cuidar nuestra salud mental, la verdadera clave de una vida plena y satisfactoria".
Me resonó mucho. La presión constante y la autoexigencia nos hacen cargar con un peso que, muchas veces, ni siquiera es nuestro. Me hizo pensar en mi propia experiencia y en cómo, en ciertos momentos, llegué a cuestionarme si valía la pena todo esto. Esa sensación a veces hasta me robó el disfrute de hacer lo que amo, convirtiendo mi vocación en algo tedioso.
En un mundo que avanza rápido y nos pide resultados inmediatos; la relación entre la exigencia de “ser alguien” y la salud mental es estrecha y compleja, ya que la sociedad impone una noción de éxito que muchas veces está fuera del control individual y que se enfoca en logros externos como el reconocimiento profesional, la riqueza, o la validación social, y en la industria creativa se siente como caminar por una cuerda floja. El éxito se nos presenta como el objetivo final, el único que nos da validez, mientras que las caídas, los errores y las pausas parecen estar mal vistas, como si fuesen signos de fracaso. Es algo que he experimentado, y sé que no soy el único. Este fenómeno puede tener consecuencias serias para la salud mental, afectando de forma directa cómo percibimos nuestro propio valor y bienestar.
La lucha constante por demostrar valía a través de logros visibles o cuantificables se relaciona con la idea de perfeccionismo socialmente prescrito, donde el valor de la persona se mide en función de cómo los demás perciben su éxito. Y al no alcanzar estas metas o al compararnos constantemente con los demás, la frustración y el desánimo son comunes. Esta búsqueda por validación externa nos provoca descuidar nuestro bienestar físico y emocional en favor de “hacer más” o “ser mejores”. Se crea un ciclo de autoexigencia, en el que nunca es suficiente lo que se ha logrado y se impone la necesidad de hacer cada vez más.
Esa presión afecta cómo nos sentimos con nosotrxs mismxs, nos hace olvidar por qué empezamos en primer lugar. En mi caso, esa necesidad de cumplir con expectativas me llegó a desconectar de lo que realmente me hacía feliz con Hibrido. Hubo momentos en los que pensé en dejarlo, en rendirme, porque sentía que no estaba logrando eso que supuestamente debía alcanzar para ser “exitoso”. Desde que comencé he sentido esa presión. No es fácil mantener el equilibrio, es una lucha que va más allá de lo laboral; se convierte en una batalla interna por demostrarme a mí mismo que puedo, que soy suficiente.
Modelo: Pablo del Bel de Queta Rojas, Fotografía: Bryan Flores, Grooming: Davo Sthebane
Modelo: Yohan Guerrero de New Icon, Fotografía: Eugenio Vergarci,
Grooming: Ian Chávez
Cuando arranqué Hibrido, mi idea era sencilla: crear un espacio auténtico donde pudiera ser yo mismo, explorar mi creatividad sin filtros, y conectar con otrxs en el proceso. Era mi manera de construirme un lugar propio, un refugio en medio de la locura de la industria. Pero, con el tiempo, la presión de “hacerla en grande”, me hizo desviarme del camino que había planeado. Empecé a tomar decisiones pensando en lo que creía que otrxs esperaban de mí, en lo que “debía” hacer para encajar en esta idea del éxito que tanto nos venden. Es fácil caer en ese ciclo de autoexigencia, sobre todo en las industrias creativas.
Y así fue como, sin darme cuenta, dejé de disfrutar lo que estaba haciendo. Hibrido, que era un proyecto que me emocionaba y me motivaba, empezó a sentirse como una carga, como una serie de tareas que tenía que cumplir para no “quedarme atrás”. En lugar de ser un espacio de expresión, se volvió un lugar de presión. Y esa sensación me llevó a preguntarme si realmente esto era lo que quería, si valía la pena seguir por ese camino.
Hoy sé que la salud mental se ve especialmente afectada cuando perdemos de vista nuestros propios intereses y pasiones, y nos desconecta de nuestra autenticidad. Cuando entendí eso, decidí que Hibrido tenía que reflejar algo más auténtico. Empecé este proyecto para crear mi propio espacio, para darme la oportunidad de hacer algo que resonara conmigo, y es lo que sigo haciendo ahora. Cambié el enfoque y dejé de lado esa idea de que solo importa “hacerla en grande” o “ser alguien”. Entendí que, si no estoy disfrutando el proceso, entonces me estoy perdiendo de lo más importante. Al final, como creativxs, a veces se nos olvida que el camino vale tanto como el destino. Nos exigimos tanto que dejamos de disfrutar lo que nos apasiona de verdad. Pero si algo he aprendido en este tiempo, es que la salud mental debe ser nuestra prioridad. No hay proyecto ni cliente que valga más que nuestro bienestar. Vale la pena frenar, soltar expectativas y celebrar los pequeños logros, porque esos también cuentan.
Es fundamental encontrar lo que de verdad nos mueve. Es ahí donde está el verdadero equilibrio, y lo que nos permite cuidarnos y mantenernos en un lugar que, al final, se siente nuestro. Para mitigar estos efectos negativos hay que redefinir el éxito desde un lugar personal y centrarnos en el crecimiento y el proceso. La salud mental es clave, y mientras el mundo nos empuja a ser siempre más, nuestra tarea es recordar que cuidarnos es lo más importante.